miércoles, 19 de febrero de 2014

Juntos por siempre ( I de VI )


Una hoja que se lleva el viento, dando vueltas, jugando en el aire. Toda la vida has buscado  aquello que le dará sentido. El árbol que alguna vez fue dueño de una hoja, ahora guarda en un nido  un huevo que pronto permitirá ver la luz a una nueva vida. Para ti esas cosas tan simples nunca  fueron importantes. Cómo algo tan cotidiano guarda un milagro tan poderoso. Nunca comprendiste la importancia de la vida. Una de la ramitas sobre la que descansa el huevo fue alguna vez  traída por el viento desde tu jardín. Ese jardín aún tiene manchas de sangre que no te atreviste a  limpiar. Esa rama cuando descansaba ahí, fue testigo de como perdiste algo invaluable, de ese último pensamiento en el que yo haya podido participar.

El balón iba botando, brincando de alegría por el campo. Tú lo seguías de un lado a otro como  si tu vida dependiera de ello. Jugando hasta se te olvidaba comer, sólo reías como un ángel en el  campo que yo no podía ver de cerca. Estar ahí era lo que más te gustaba, fuiste considerada rara  mucho tiempo, pero te dejo de importar pues ya habías encontrado gente igual a ti. Sonó el timbre y te fuiste a felicitar a tus compañeras de equipo, luego entraste a clases, a esa tonta y aburrida lección de historia que nunca entendiste. “Si ya pasó, a mí que me importa, no me afecta” decías siempre que tocábamos el tema.

Al salir de tu clase, la última del día, aprovechaste el tiempo para jugar otro rato. Era una suerte que no hubiera hombres mirándolas, por lo menos no dentro de la escuela. Tu cuerpo se había convertido en la envidia de muchas y tú no lo sabías siquiera, es más, a veces te creías fea. Tu sonrisa era divina, tal vez chueca si le creías a algunos, pero yo nunca lo creí.

Saliste de la escuela cuando oíste gritar tu nombre en la ronca voz de tu padre, un hombre de fuerte carácter y mirada penetrante. Yo siempre te buscaba, pero él llegaba primero. Me volteaste a ver, en tu pecho saltó tu corazón y con una sonrisa me saludabas, pedías perdón y mandabas un beso al mismo tiempo. Solo yo pude haber entendido todo eso. Me viste alejarme algo cabizbajo, mientras entrabas al coche de tu padre para encaminarte a tu casa.

Al día siguiente te escapaste de tu clase de matemáticas para pedirme perdón, con palabras, lo que el día anterior con la mirada. Yo estaba donde siempre, me veías, al acercarte, cada vez más alegre. Nos saludamos como siempre, algo que si se enterarse tu padre, nos costaría poder vernos. Él nunca me aprobó y ahora menos que nunca. Me decías que era prohibido y yo me reía. Para ti eso no cambiaba nada. Tú arriesgabas mucho, pero no te importaba. Acariciaba tu pelo cada que podía y eso te compensaba todo el sufrimiento y riesgo en tu casa. Llevabas la cuenta del tiempo: 7 meses y 2 semanas hasta la última vez que nos vimos, casi la mitad del tiempo se suponía no te me podías acercar.

Esa última vez huirías de casa, siempre insististe, preguntabas por qué no quería y creías que tenía miedo. Siempre supiste que te amaba y estabas dispuesta a todo. Saliste en la noche a la hora acordada yo te esperaba no muy lejos, te vi, te diste cuenta de algo justo al verme y volviste corriendo y yo escuche un grito. Te encontraste a tu padre en la sala con una mirada asesina, estabas llena de miedo pero no podías volver atrás pues habías tomado una decisión. Intentaste salir de la casa pero él te alcanzó el brazo. Forcejeaste para salir, me viste justo afuera, listo para irnos. La puerta de la calle se atoró y viste como luchaba para abrirla con todas mis fuerzas. Te agarraste de la puerta oxidada y al poco tiempo el metal, más viejo que los dos juntos, se dobló y rompió en pocos pedazos cuando no soportó la suma de nuestras fuerzas.

Esa puerta nunca había sido cambiada en la vida de la casa. Ya había soportado dos coches de frente y decías que cualquier día se caería en pedazos, lástima que fue esa noche. El hierro se venció bajo tu mano y veías como el pedazo grande y más cercano al suelo cayó sobre mí, una lágrima se escapo de tu ojo en ese momento, mas no duró mucho. Te golpeó en la cabeza, lo que te dijeron después, era otro pedazo que descansaba sobre el que me había derribado. Le contaste al doctor que solo viste un tercer pedazo dirigiéndose a tu padre. Te dijeron que estaba grave y lo fuiste a buscar, sufría de una infección escondida en el metal. No pudo volver a hablar y por ello disculparse por todo, tú nunca supiste de esas intenciones.
Siempre te sentiste culpable; más aún cuando, víctima de la infección, murió poco después. El doctor te hacia pruebas y cuando te preguntaron por mí no supiste responder. El doctor te explicó que muchas veces con este tipo de golpes y traumas tan fuertes, olvidas en lo que pensabas en ese momento, a mí me olvidaste por completo. Yo salí rápido del hospital pero no pude ver la luz del día hasta mucho después. “Homicidio culposo” dijo el juez mientras yo no lo creí y buscaba tus compasivos ojos entre las miradas acusadoras. Por más que te lo pidieran no te atreviste a hablar acerca de esa noche.

Me viste fuera de tu casa, sonreíste y entraste a cocinar. Solo vimos como una rama en tu patio la arrastraba el viento.


Licencia de Creative Commons
Juntos por siempre by Gerardjack is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario